Harry Potter es una de las franquicias más populares de todos los tiempos, pero la historia del joven mago llegó a su fin en la gran pantalla hace ya siete años. Warner ha sido incapaz de dar con otra saga que rivalice con la más famosa creación de J. K. Rowling, por lo que optó por volver a asociarse con ella en ‘Animales fantásticos y dónde encontrarlos’, una suerte de precuela que inició una nueva serie de películas de la que ahora nos llega la segunda entrega.
En mi caso quedé con un gran sabor de boca con la anterior película y tenía mucha curiosidad por ver lo que podía ofrecerme ‘Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald’, donde necesariamente se iba a tener que apostar por un tono más oscuro al potenciar la presencia del villano interpretado por Johnny Depp. Por desgracia, la cinta quiere abarcar demasiado y eso limita su atractivo, quedándose como un pasatiempo irregular pero con un puñado de grandes momentos.
Cuando quieres tenerlo todo y no puede ser
Mi compañero Víctor ya señaló que la condición de preámbulo de ‘Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald’ la limitaba, pero la cuestión es que podría haber sido una gran aventura si simplemente hubiesen sabido delimitar mucho mejor el camino. El primer paso es que ya fue casi un milagro lo bien que equilibraron a los personajes con importancia en la primera entrega y aquí ahí es el primer punto en el que falla la película.
Como es lógico, los fans iban a querer saber qué había sido de sus personajes favoritos y el guion de Rowling se centra en recuperar a todos de ellos de una forma u otra, pero en algunos casos se olvida de trabajar lo suficiente la trama que lideran y eso acaba afectándoles tanto a ellos como al conjunto de ‘Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald’, pues en ocasiones parece que es una sucesión de secuencias sin las piezas necesarias para unirlas de forma satisfactoria.
El mejor ejemplo de ello lo tenemos que con la forma de tratar al personaje de Queenie, cuya evolución resulta un tanto descuidada, pero también se traslada a otros en diferentes medidas. En ocasiones el excelente uso de la nostalgia lo compensa con creces y en otros son los propios actores los que llenan lo suficiente la pantalla como para que lo pasemos por alto, pero es una sensación constante y que va creciendo a medida que se acerca un colofón final algo decepcionante.
No obstante, el origen de todo esto está en la intención de Rowling, que firma el guion, de situar tanto a los nuevos como los viejos “jugadores” de cara a lo que está por venir y ese elemento de punto intermedio ayuda a resaltar aún más la indecisión que asola a ‘Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald’. Y es que resulta llamativo que por un lado no se llegue a ningún punto culminante real pero que por se quiera andar en tantas direcciones.
Lo que redime y eleva a ‘Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald’
Es cierto que el manejo de los personajes no es tan ejemplar como en la primera entrega, pero a cambio se cuenta con la ventaja de que ya los conocemos y se habían ganado nuestro aprecio, lo cual limita bastante el impacto negativo de las lagunas del guion de Rowling en ese apartado y además los actores vuelven a estar muy bien en sus personajes. Eso sí, aquí la sorpresa positiva es Eddie Redmayne, algo irregular en la primera entrega y que aquí encuentra del todo su lugar en la saga al mismo tiempo que lo hace su personajes.